Durante años tuve la imagen de la OFM como un todo elevado e intangible. Los años, los conciertos y sus intérpretes han ido difuminando ese horizonte, humanizándola y destacando su proyección artística. Hoy, por ejemplo, sé que Schönberg no es una marca de cerveza sino uno de los autores más sobresalientes de la música de la pasada centuria. Sin embargo, soplan vientos que apestan a aperturismo barato o heroicos talantes de frases hechas y discursos de lata. Hay que salvar al niño, es la obligación de cualquier padre, y, de paso, fotillo que inmortalice la vuelta de tuerca. Lo público es lo primero, no se olviden, tenemos quien se va a rasgar la camisa e incluso despeinarse el flequillo.
Tan noble fin, lo público, marca una nueva jugada con la primera orquesta, letanías de un nuevo libro de horas donde lo único claro es que ni la Junta ni el Ayuntamiento, conocen la importancia de la OFM en particular y, por extensión, del resto de orquestas andaluzas por retratar tan triste bodegón. Son piezas esenciales de nuestra vida cultural, educativa, artística y nos singularizan como una sociedad sensible, al margen de esnobismos.
Si bien la noticia no era nueva, entre los pitos a Colomer, y los paladines del gustazo malagueño, lo cierto es que hoy por hoy, con una reducción tan significativa como la anunciada del presupuesto para la próxima temporada, podemos participar que ni el niño está sano ni tan siquiera asoman visos de cura. La cuestión me preocupa, en primer lugar, por el reparto de responsabilidades: el catalán a su casa, los trabajadores de la orquesta con el sastre llegando y, como siempre, la inexistente comunicación institucional. Y, en segundo término, la ligereza con la que se resumen veinte años de OFM con recado entrelíneas, para negarlo a la primera de cambio. Ahora, no sólo fastidia el juego de la culturalidad sino que es un capricho caro y prescindible. Este folletín necesitaba un bautista para despistarnos de la jugada real. ¡Cómo nos la han colado!
Nos quedamos compuestos y sin maestro. Los aguerridos defensores del chunda-chunda adelantaron los adioses, sin reparar en el importantísimo camino andado, un espacio sin vuelta atrás, generoso, cordial y dialogante no sólo desde el punto de vista artístico, que lo ha sido, sino también por ese aperturismo que Caneda & Company se han ventilado en una mañanita de abril, a vueltas con la programación y su correspondencia con la caída de los abonos.
Del primer punto señalaremos que afortunadamente Prokófiev no es ninguna marca de ginebra, y del segundo, vista la actual política o prácticas, dudo mucho que el infante torne la color. Quizás a Colomer le faltó ese punto flequillero con pretensiones. Algo hay de vergonzoso en todo esto: en las formas, con despedidas en ciento cuarenta caracteres, y en el fondo, la absoluta falta de voluntad ante un proyecto serio conectado con el quehacer de otros conjuntos. Ahora toca vender los gastrobares del Astoria, mientras la voluntad se deshace en cada mota de polvo que acumula el auditorio.
Como ya apuntaba en mis críticas, el plato del ajuste está cocinado. Ajuste que pasa por cierto birlibirloque donde te cedo la venta de entradas pero te cobro el alquiler del teatro, y con lo que te quede lo sumas a lo que te quito del presupuesto… Con semejante ingenio contable me veo a la señora Sestakova intentando vender entradas en mitad de la calle Larios. Debo de ser ingenuo pero si el Teatro Cervantes sigue siendo municipal y la OFM es la orquesta de la ciudad, ¿por qué tengo que cobrarle un alquiler de sala? Esa opción queda para productoras y compañías que rellenan la programación de diciembre con los pitos del este, las nancys patinadoras o el zarzueleo. Seamos serios, antepongamos a la OFM y después ultimamos con la basura tres por dos, temporada lírica incluida, que tan bonita le ha quedado a la gerencia del teatro. De paso, el calendario de abonos no tendría los saltos y obligados silencios que viene padeciendo.
La financiación de la OFM, ensombrecida por el sibilino anuncio de la marcha del actual titular, me preocupa, pero mi temor se extiende sobre la continuidad de la Filarmónica; entre el blanco y el negro está el gris. Con faldas y a lo loco se rompe la programación, solistas, batutas… A poco de su habitual presentación para la temporada próxima. Y lo que es peor, el ínclito Consorcio transforma los presupuestos del conjunto sinfónico en subvenciones. Tratar así a un colectivo de trabajadores es poco más que invitarlos a que se marchen, algo que guarda semejanza con lo que se está orquestando con la ORTVE. En pocas palabras, no la desmantelo pero la estrangulo.
Llegan el ABC, el tinonino, el chunda con mucho timbal y platillos. Eso es lo que dicen que quiero, pero no es así y menos cuando me lo abanderan quienes manejan perlas como «gato degollado» al evaluar la composición actual. Ante pasmosa objetividad tan sólo apuntaré que disfruto tanto a Beethoven como a García Abril, porque en estas dos décadas nos han destilado toda grandeza de un idioma que es la música. Más allá del catálogo áureo, Edmon Colomer esculpió la temporada de conciertos partiendo de un núcleo central como han sido los programas de abono. En ellos primó una generosísima visión del repertorio, incluso las concesiones obligadas, con veladas impecables. Los clásicos nunca duermen y La Filarmónica frente al mar completaban los tres pilares de una programación abierta y ajustada donde se ha reflejado toda la sociedad malagueña. Vemos una cita como el Ciclo de Música Contemporánea ridiculizada y resumida a su mínima expresión en la última edición, y finalmente estoquearla de muerte en rueda de prensa cerrando no sólo diecinueve ediciones, sino también la apuesta de la OFM por música actual.
Al repasar las programaciones de orquestas como la ONE, ORTVE, OBC se pone de manifiesto la conexión con el trabajo que vienen realizando estas formaciones, un equilibrio entre lo clásico y el escenario natural para las nuevas corrientes y propuestas. La titularidad del músico parecía desterrar el cementerio de batutas y, sin embargo, nos sobresalta la idea de que cualquier corredespachos termine por hundir La Armada.
Aprovechando la noticia y puestos a condimentar el gazpacho, se aventaron los problemas con ciertos miembros de la orquesta, de los que se ha querido responsabilizar a Colomer, a gritos de «¡dictadura!». Sea como fuere, a muchos se les ha debido de olvidar el vergonzoso, oportunista y chulesco espectáculo provocado en el concierto de inauguración de la temporada, motivo suficiente para un cese.
Llegan a desesperar en una entidad como la OFM sus famosos silencios. Sólo tienen sentido cuando se combinan con sonidos, en este caso silábicos. La difusión en las redes sociales, una fluidez más real de las comunicaciones o una web con contenidos actualizados siguen siendo un parche mal remendado. En los últimos meses surgió el perfil en Facebook de la OFM (06/09/2012), aunque a regañadientes del creado por el maestro Colomer (24/04/2009), que entendió el potencial de la máxima y más diversa difusión con el fin de atraer no sólo público a los conciertos, también estar presente en la vida cultural de la ciudad.
Esta iniciativa careció, una vez más, de la voluntad, ambición y apuesta política, como la reclamada flexibilización de precios a determinados colectivos, especialmente estudiantes, saldar las localidades como hacen otras orquestas y todas aquellas medidas que potenciasen la consolidación económica de la Filarmónica. Un estudiante no paga 24 euros por una localidad, no los tiene y menos ahora, pero si se la salda en las dos últimas horas del concierto quizás no tendríamos esa sensación de estar mascando naftalina.
La elección del nuevo titular sabe a españolada ya que duda entre la selección directa o la celebración de un, cuestionable, concurso público donde no priman los nombres sino los proyectos. El colmo del cinismo llega cuando se sugiere que el propio Colomer también podría presentar su proyecto. En estos intentos se cuela también, como hemos leído, la posibilidad de alguna batuta local, otra nueva genialidad de consecuencias poco medidas, ya que distan mucho del perfil y la solvencia de quien ha sido director de la gran orquesta de la ciudad.
El gentilmaestro Colomer encarna ese ejercicio de responsabilidad que otros deben también asumir, puesto que si su salida es consecuencia de la caída de los abonos, por qué el Consorcio que gestiona la Filarmónica no objetó en su momento nada en torno a la programación o articuló medidas tendentes a paliar esta sangría.
Perdemos a un grandísimo director; nos ha brindado páginas impecables, con un sonido propio, conciertos memorables. A lo largo de estas dos temporadas la historia de la música y sus autores afloraban en un todo formal, destacando las constantes referencias a la literatura, el teatro, el cine… A nadie se le ocurriría pensar que la novela como género terminó con el caballero de la triste figura, o que la obra del pintor universal son cuatro garabatos. ¿Tenemos que escuchar siempre las mismas obras? ¿Cuál es el llamado «gusto malagueño»?
Hace más de 50 años un poco divulgado poeta malagueño anotaba en su diario una sentencia sobre ciertas tallas de nuestra ciudad: «Los del XIX la levantaron y exaltaron. Los de hoy la levantan sólo en el pavimento. Malas autoridades pero no sólo eso; algo más, no sé si remediable». Gracias, maestro Colomer.